El Pasillo

19 de diciembre de 2013

Madrugada.

Eran las cinco de la mañana y él seguía despierto. A pesar del día largo, no logró conciliar el sueño. Y ahora, a una hora de tener que levantarse, era en vano seguir intentándolo.
Prefirió concentrarse en ella, quien tampoco podía dormirse.

Él le besó tiernamente la espalda y los hombros. Ella sonreía sin mirarlo. Giró y lo miró a los ojos. Él le acarició una mejilla y le comenzó a acariciar el pelo.
Ella cerró los ojos, para dejarse llevar por el éxtasis que le provocaban las caricias de él. Al rato, se quedó finalmente dormida.

Él no podía dejar de mirarla, de admirarla. Estaba hipnotizado.
Se le erizaba la piel, tal era el efecto que ella causaba en él. No pensaba en otra cosa más que en abrazarla, protegerla, amarla...
- Qué linda sos, la puta madre, murmuró para sí.

Ella, dormida, lo buscó. A tientas, lo encontró, lo abrazó y respiró profundamente. Ahora estaba tranquila. Como que, el haberlo encontrado, le dió una sensación de pertenencia; que estaba donde debía y quería estar. Ella volvió a abrir los ojos. Se acomodó, para quedar frente a él. Por un instante, que les pareció eterno, se miraron; amándose.

Ella le dió un beso en la frente y se acomodó otra vez, para seguir durmiendo.
Él le besó la espalda y le susurró: - Dulces sueños, amor.

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