Estaba pálido, con el revólver Colt humeando en su mano derecha, la cual sudaba profusamente al igual que todo su cuerpo.
No entendía al principio, miró al suelo y vió, con horror y sorpresa, un enorme charco de sangre. Sangre mezclada con pedazos de masa encefálica que se repartían sin un orden aparente por toda la habitación.
A medida que recorría el cuarto con la mirada, iba palideciendo cada vez mas, preso del horror que tenía ante sus ojos.
El lugar, que parecía ser una oficina, le resultó bastante familiar.
Un escritorio bastante ostentoso y antiguo dominaba el centro de la habitación. Detrás de él, una pared blanca, que alguna vez fué inmaculada, ahora salpicada de sangre.
- ¿Sangre de quién?, se preguntó.
- ¿Sangre de quién?, ¿sangre de quién?, ¿sangre de quién?, ¿sangre de quién?, ¿sangre de quién?. ¿sangredequién?, ¿sangredequién?, se repetía en su mente, como taladrando una herida ya abierta.
De repente, algo así como un rayo de lucidez, iluminó su mente.
- ¡Esta oficina es la del frigorífico!, exclamó para sí. Con razón el lugar le resultaba familiar...
Pero... ¿Y qué carajo hacía él ahí?, si ya lo habían rajado como un perro callejero hará como casi tres años atrás.
- Hoy se cumplen tres años, murmuró para sí, corrigiéndose.
Y otra vez, el taladro volvió a repercutir...
- Tres años, tres años, tres años, tres años, tres años, tres años, tres años, repetía y sentía un calor corriendo por sus venas, por su sangre. Sentía que hervía.
Tres años pasaron y uno peor que el otro. Su mujer lo abandonó, llevándose a su único hijo. Tuvo que vender primero el auto, después el banco le terminó rematando la casa. Cayó en una villa cercana, donde siguió viviendo gracias a vender drogas y drogándose él también, con la esperanza de que la droga barriera con toda la mugre acumulada en su cabeza durante esos años...
Y todo culpa de Fernandez, el supervisor, delegado sindical, primo del dueño del frigorífico. Todo porque Fernandez le tenía bronca, porque los pibes de mantenimiento nunca le dieron la autoridad que ostentaba. - Y a mi sí, pensó, esbozando una débil sonrisa.
El taladro regresa.... Fernandez, tres años, la sangre, el Colt... ¿Podía ser qué...?, pero no. No podía ser, él no era así, no era eso. No era un asesino. ¿No era?, apareció en él la duda. Quiso espantar a los fantasmas, pero fué en vano. Corrían los minutos y la certeza le ganaba a la duda por goleada, afanando. Corrían los minutos y su palidez aumentaba. El sudor, producto de sus nervios y el calor corporal, se enfrío y evaporó.
Sintió primero un cosquilleo en todo el cuerpo, que se hizo punzante como alfileres de acero. Después, comenzó a sentir una molestia en el pecho, que se hizo puntada y terminó siendo peor que una puñalada.
Miró repentinamente el escritorio, desesperado. Divisó unos papeles manchados de sangre, pero aún legibles. Esos papeles eran una carta, una carta que empezaba diciendo: "Hace tres años que me fui de aquí..."
Todo se apagó. La oscuridad cubrió primero las paredes, subió voraz y rápidamente al techo, terminando sobre él, aplastándolo, encerrándolo para siempre.
19 de agosto de 2013
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