El Pasillo

14 de julio de 2013

Un domingo menos

La escena se repite, como si fuera un espiral. Domingo de sol, me levanto cerca del mediodía como es costumbre, con mucha fiaca y pocas ganas.
Y ahí se termina lo similar a otros domingos.
Está mi viejo en la cocina, tomando un té, cosa rara en él que tan devoto del mate amargo es. Apenas levanta la cabeza cuando me ve entrar. Siento un "hola" salir de él, pero no es un saludo mas. Está como aletargado, como derrotado por algo que ni él sabe que es.
Al principio no entiendo, ¡tendría que estar un poco contento al menos!. Es domingo, viene mi hermana a visitarnos, vamos a comer asado con un "buen vinito tinto", como dice mi vieja, el día está hermoso... ¿Qué te pasa viejo?.
¿Qué te pasa viejo?, resuena sólo en mi mente, de mi boca no sale nada porque ya sé la respuesta.

Su vieja. Mi abuela.
Esa vieja testaruda, mandona y orgullosa. A la que amo profundamente.
Hace tiempo está mal, pero hace poco supimos, culpa del típico: "No pasa nada" que todos tiramos, cuando nos pasa de todo.

Mi viejo hace el fuego, solo. No quiere ni pide ayuda. En 45 años nunca la pidió y francamente no esperaba que hoy fuera el día que empezara a hacerlo.
Llega mi hermana y con ella la segunda cosa rara: mi viejo no sonríe al verla. Me empiezo a preocupar aún mas cuando no lo veo tomándose un Fernet o un Gancia mientras vigila el fuego.
Durante la comida no hay risas, ni chistes, ni alegría, como suele pasar los "domingos de asado". Algo nos debe haber pungueado todo eso, mientras no mirábamos. Sí, eso debe ser.

Después, todo se mezcla. Trato de poner orden. Llama por teléfono mi tía, mi abuela quiere hablar con mi viejo. Hablan de mi abuelo, de quién lo va a ir a buscar allá al hospital... Después se descuelga, como Ethan Hunt, un plazo fijo en el banco. Parece que mi abuela está enloquecida con que se renueve ese plazo fijo, que la plata esa va a ser para su velorio... Quiero creer que no se da cuenta del todo a quién se lo está diciendo.

Mi viejo contesta a todo con un: "sí mamá" y lo empiezo a ver chiquito, un niño que no tiene la firmeza de siempre para parar un carro alocado de palabras, porque ese carro lo maneja mi abuela. Se toma el pecho y se lo frota, varias veces. Hay dolor ahí, otra vez. Hay carga, mucha carga. Pensamientos cruzados, laburos que perdió o reprogramó por esta circunstancia, la guita no alcanza, se me va la vieja, ¿qué hago con el viejo?, y qué se yo que mas. Sólo él sabe y sabrá. Porque no quiere ni pide ayuda, en 45 años nunca lo hizo, no va a empezar ahora.

Y yo mirando todo eso, interviniendo hasta donde puedo, hasta donde creo que llego.
Puedo convencer a mi viejo que me dé su celular, que yo me encargo de lo que haga falta hoy, mañana y hasta donde me deje. Ensaya una sonrisa, pero todavía le duele. 
Me voy, él se duerme.

Mi vieja y mi hermana se van. Me quedo solo, pensando en un método totalmente irrealizable, de traspaso de cargas y pesares, como única solución a esto que ya empieza a tener un color oscuro y olor a debacle.

Termina siendo que no fue un domingo mas, fue uno menos.