El Pasillo

30 de julio de 2013

El fuego.

Intento disimular, tapar, cubrir lo que tengo adentro. Pero es imposible, es algo que me termina venciendo, avasallando, como una tormenta que todo lo arrasa a su paso. Termino entonces, sentado, resignado, ¿esperando?.
Esa tormenta me arrastra, me lleva a no sé dónde. Me dejo llevar, la curiosidad siempre es mas fuerte que el hombre. 

Y vuelvo a lo mas primitivo, a lo básico, a la verdadera esencia misma.

Así cómo los primeros hombres, quedaron fascinados, la primera vez que vieron el fuego.
Así quedé fascinado yo ante vos, una total desconocida.
Es que eso sos: fuego, por todos lados sos fuego. Una luz que todo lo abarca y aún mas se agranda. Cálida y furiosa, indomable, como una llamarada incontrolable.


Una mujer que toma la lanza, una leona que no le teme a la caza.
"Los que se camuflan son los que tienen miedo", te dice a pecho descubierto.
Cómo no dejarse llevar ante tanto ardor, ante tanta pasión. ¡¿Cómo hacés?!.

Así como todavía hoy, los hombres de este tiempo, miramos fascinados el fuego, así la miro a ella, cada vez que puedo.


El fuego lo atemoriza, lo paraliza, duda. El, que se cree superior a todas las criaturas que hay sobre la tierra, tiene miedo de esa llama que tanto lo hipnotiza.

¿Cómo no va a tenerle miedo al fuego, si sabe muy bien que no lo puede manejar?
Él, que maneja todo, que controla todo, encontró algo que no puede dominar.
No sólo no puede controlarlo, sino que además, empieza a percatarse que el fuego lo atrae, quiere ese poder, anhela ser quemado por el fuego.

La curiosidad siempre es mas fuerte que el hombre. Siempre.

El quiere ser parte de esa llama, de ese fuego. Intenta avivarlo, intenta mezclarse, fundirse en ese fuego.

La curiosidad se hizo deseo.

Cada vez domina menos. Empieza a percatarse que pierde terreno. ¿Qué terreno?, no hay terreno. Toda su teoría, su creencia, su delirio, se desvanece en la noche, como el lejano aullido de un lobo. Una llamada, un aviso. Ya no hay terreno, solo deseo.

Un sonido lo devuelve a donde estaba, mirando fascinado el fuego, se rompe el hechizo. En las llamas, él puede ver su figura amazónica, irguiéndose amenazadora. Y ya no lucha, comprende que ahi es donde quiere estar, acostado en llamas, con ella, la mujer de la lanza, la mujer que llegó a cautivarle el alma.

14 de julio de 2013

Un domingo menos

La escena se repite, como si fuera un espiral. Domingo de sol, me levanto cerca del mediodía como es costumbre, con mucha fiaca y pocas ganas.
Y ahí se termina lo similar a otros domingos.
Está mi viejo en la cocina, tomando un té, cosa rara en él que tan devoto del mate amargo es. Apenas levanta la cabeza cuando me ve entrar. Siento un "hola" salir de él, pero no es un saludo mas. Está como aletargado, como derrotado por algo que ni él sabe que es.
Al principio no entiendo, ¡tendría que estar un poco contento al menos!. Es domingo, viene mi hermana a visitarnos, vamos a comer asado con un "buen vinito tinto", como dice mi vieja, el día está hermoso... ¿Qué te pasa viejo?.
¿Qué te pasa viejo?, resuena sólo en mi mente, de mi boca no sale nada porque ya sé la respuesta.

Su vieja. Mi abuela.
Esa vieja testaruda, mandona y orgullosa. A la que amo profundamente.
Hace tiempo está mal, pero hace poco supimos, culpa del típico: "No pasa nada" que todos tiramos, cuando nos pasa de todo.

Mi viejo hace el fuego, solo. No quiere ni pide ayuda. En 45 años nunca la pidió y francamente no esperaba que hoy fuera el día que empezara a hacerlo.
Llega mi hermana y con ella la segunda cosa rara: mi viejo no sonríe al verla. Me empiezo a preocupar aún mas cuando no lo veo tomándose un Fernet o un Gancia mientras vigila el fuego.
Durante la comida no hay risas, ni chistes, ni alegría, como suele pasar los "domingos de asado". Algo nos debe haber pungueado todo eso, mientras no mirábamos. Sí, eso debe ser.

Después, todo se mezcla. Trato de poner orden. Llama por teléfono mi tía, mi abuela quiere hablar con mi viejo. Hablan de mi abuelo, de quién lo va a ir a buscar allá al hospital... Después se descuelga, como Ethan Hunt, un plazo fijo en el banco. Parece que mi abuela está enloquecida con que se renueve ese plazo fijo, que la plata esa va a ser para su velorio... Quiero creer que no se da cuenta del todo a quién se lo está diciendo.

Mi viejo contesta a todo con un: "sí mamá" y lo empiezo a ver chiquito, un niño que no tiene la firmeza de siempre para parar un carro alocado de palabras, porque ese carro lo maneja mi abuela. Se toma el pecho y se lo frota, varias veces. Hay dolor ahí, otra vez. Hay carga, mucha carga. Pensamientos cruzados, laburos que perdió o reprogramó por esta circunstancia, la guita no alcanza, se me va la vieja, ¿qué hago con el viejo?, y qué se yo que mas. Sólo él sabe y sabrá. Porque no quiere ni pide ayuda, en 45 años nunca lo hizo, no va a empezar ahora.

Y yo mirando todo eso, interviniendo hasta donde puedo, hasta donde creo que llego.
Puedo convencer a mi viejo que me dé su celular, que yo me encargo de lo que haga falta hoy, mañana y hasta donde me deje. Ensaya una sonrisa, pero todavía le duele. 
Me voy, él se duerme.

Mi vieja y mi hermana se van. Me quedo solo, pensando en un método totalmente irrealizable, de traspaso de cargas y pesares, como única solución a esto que ya empieza a tener un color oscuro y olor a debacle.

Termina siendo que no fue un domingo mas, fue uno menos.

8 de julio de 2013

¿Por qué te fuiste?

Pasaron doce años, casi la mitad de mi vida,
Doce años, mucho tiempo,
Igual, todavía mucho no entiendo,
¿Por qué te fuiste abuelo?,

Acá o allá es lo mismo, ¿qué mas da?,

Estoy seguro que todavía ves los partidos solo,
Para que nadie corte tu ritual,
Porque ya nadie te pregunta nada,

Y todavía te veo, con tu vieja afeitadora,

Recitando tangos frente al espejo,
Los versos de Goyeneche todavía flotan,
Filosos como esa navaja, a veces traidora,

Flotan también en el aire tus historias,

Esas cálidas, de Perón y el frigorífico,
Que el Proceso heló, llevándose a tus compañeros,
Zafando vos por impuntual... ¡Justo el delegado!,

El humo todavía no me deja ver,

¿Seguirás fumando tu pucho de las doce y tres?,
Ese que era tu otro ritual, el mas secreto,
Aunque todo se termina sabiendo,

Pero todavía sigo sin entender,

¿Por qué te fuiste abuelo?,
Ya no espero mas que aparezcas, atrás de la puerta,
Para asustarme y después reírte a pierna suelta,

Todavía resuenan los ecos de las batallas,

- ¡Ferengi!, me espetabas,
- ¡Klingon!, te contestaba enojado,
"Viaje a las Estrellas" fué nuestro escenario,

Hay miles de recuerdos dando vueltas,

Viene a mí, el más reciente,
- Cuidame a tu vieja, pibe, me dijiste,
Me cuadré en broma, - Si señor, contesté,

Pero se fué todo eso, no está más,

Dos mil kilómetros al sur terminó,
Entre nieve, montañas y frío,
Encerrado en esa esquina, la del pino,

Al pie de la cordillera, quiero volver,

Doce años pasaron, ya soy un hombre,
Vuelvo porque quiero saber,
Abuelo, ¿por qué te fuiste?.

1 de julio de 2013

La noche

Por mas que quiera encontrarle un reemplazo a ella,
No va a existir una igual,
Me contiene, me abriga, me abraza,
Sé que siempre va a estar ahí conmigo.

Ella comparte mis silencios, mis gritos,
Mis angustias, mis alegrías,
Cuando estoy allá al final de todo,
Cuando estoy acá, empezando otra vez.

Ella escucha mis reflexiones, esos divagues mentales,
Cuando el insomnio me atrapa y ya no me larga,
En esos silencios que sólo conoce ella,
En esa calma que todo lo tapa.

Ella me observa todo el tiempo,
Cuando doy vueltas en la cama, cuando sueño,
Cuando duermo, cuando no importa nada,
Nunca falta, no me falla.

Ella es la noche, mi compañera.
Mi amante, mi musa, mi quimera.
La mujer de mi vida, confidente y amiga.
Ella es la noche, ella es mi guía.