El Pasillo

5 de agosto de 2013

Último encuentro.

Era un día gris y lluvioso cuando tuvieron su último encuentro. Ella quizás intuía el final, él no tenía ni idea.


Se encontraron en la casa de ella, como las últimas veces. Él ya conocía las reglas de memoria: sacarse calzado y hablar en un tono de voz suave. No estuvieron mucho tiempo, ella quería salir a caminar.
- Así con este día salimos igual?, le preguntó él, extrañado. - Hoy está hermoso para caminar, llevo paraguas y fué, le contestó ella con una sonrisa. Él también sonrío, por esas cosas estaba enamorado de ella.


Caminaron en círculos, en un sentido y después en el contrario, como perdidos, como tontos. Ella jugaba con el paraguas usándolo como un rifle. - Pum, tomá, te mato. - Mato gente, mato gente, decía entre risas. Él también se reía con ganas. Ella corría por la plaza, asustando palomas, él la miraba, la amaba en silencio.


Caminaron entre la gente, abrazados y sin separarse. Carajo, él todavía se acuerda de la mochila que llevaba ella y lo incómodo que era abrazarla con esa cosa. Pero no le importaba, ella lo abrazaba, lo quería, no importaba mas nada.


Se metieron a varios negocios, a mirar ropa, libros, instrumentos musicales. Ella quería comprarse una guitarra. Guitarra que él iba a ver sólo en fotos, revisando el Facebook de ella, cuando la nostalgia lo atrapaba, en una de sus tantas noches de insomnio. El tipo del negocio los miraba divertido. - Ustedes son novios, no?, les preguntó de prepo. Ellos se miraron, él sonrío y ella se puso roja. - Algo así, le contesta él, tratando de no generar tensión.


Caminaron aún mas, siempre en la misma zona, en círculos, como no queriendo irse del momento. Suena un teléfono, es el de ella. Atiende, medio nerviosa. - Mi vieja, dice ella sin voz.
Corta el teléfono, después de una breve discusión. Él se la ve venir. - Me tengo que ir a preparar el bolso, es tarde, dice ella sin mirarlo. No hay respuesta por un rato.


Van hasta la boca del subte. Él recuerda la primera vez que subió esas escaleras, pensando que Cabildo y Juramento quedaba en la loma del orto, pensando en que ojalá ella sea igual a la de las fotos.
Se quedan parados ahí, al borde de la escalera, sin hablar. - Me tengo que ir, es tarde, vuelve a repetir ella, sin ganas. Pero pasan los minutos y ninguno atina a dar el paso, ese que iba a ser el último.


- Bueno... Dice ella y hace una pausa. Sin decir otra cosa, lo abraza. Y ahí se quedan, abrazados. El tiempo es tan largo y ancho como ellos quieren, el tiempo no existe. No saben, ni les interesa saber, cuánto tiempo estuvieron así, fundidos en uno. Eran uno, lo sentían los dos. Ninguno quería irse. Él amaga a soltarla, para ver si era real, si era cierto que ella no lo quería dejar. Y sí, ella no soltó. Él reventaba de dicha, jamás iba pensar en el final que después pasó.


Alguien los empuja, apurado. - Muevánse, pendejos. Eso los despierta, los sacude. Ambos se separan al mismo tiempo, como sorprendidos. Pasó mucho tiempo. O pasó poco tiempo?. No saben, no quieren saber. Se aman, por qué terminar así?. Él quisiera pedirle que no se vaya, pero no le salen las palabras. Ella lo esperaba, pero en vano. Se decide entonces. - Me voy, boludo, le dice ella; como resignada. Él no habla por unos segundos, atina a responderle un: - Bueno, dale, muy tibio, muy tímido.


Quedaron en llamarse, en volver a hablar, nunca pasó. Él todavía lamenta esos segundos que perdió, porque sabe bien que la perdió a ella. Sabe bien que una parte de él se fué ese día. Ya no ríe como antes, no sonríe como antes, ya no abraza como antes. Algo, ahí adentro, en las tripas donde dicen que moran los sentimientos, murió. Él lo sabe bien.


Cada tanto, la vida lo devuelve a él, a aquel lugar, a esa esquina de Cabildo y Juramento, a ese último encuentro.