Dedicado a Juancho, un pibe que sigue siendo del Conurbano, de parte del Walter White de Berazategui.
Año 2001. Año de una debacle social, política y económica del país, y mis viejos planeando mudarse. Hace tiempo que buscaban una casa que se pudiera llamar así, para salir de una vez, de ese ranchito que armó mi viejo en el fondo de lo de mi abuelo y que ya nos quedaba chico a los cuatro.
Ni mi hermana ni yo, participamos activamente en esta búsqueda de nuevo domicilio. Pero, cuando mis viejos tenían la decisión trabada entre dos casas, se acordaron de sumarnos.
Al final nos quedamos con una casa grande, con patio adelante y un fondo, una habitación para cada uno y el lujo de dos baños. Los dueños eran unos evangelistas, que se mudaban a una casa mas chica, para poner la diferencia en la construcción de una iglesia. Cosa rara la religión, que te hace vender aquello que construiste con tus propias manos. Cuestión de fé, dicen.
Cuando vi la casa por primera vez, me dió un poco de impresión, el cartel de chapa enorme que decía: "IGLESIA JESUCRISTO REDENTOR". ¿Comprábamos una iglesia?, ¿no era una casa?. Bueno, sí, una casa era. Y también una iglesia. Cosa rara la religión, viejo.
Sea como fuere, por mas que a mi me pareciera medio espeluznante, y para mi hermana fuera: "una porquería mas grande que la otra", mis viejos se enamoraron de la casa y la terminaron comprando.
Pasó el tiempo y descubrí, con cierto temor y desagrado, que estaba en un barrio lleno de pibes. Mas grandes que yo, mas chicos, de mi edad... Pibes por todos lados. El barrio anterior donde vivía, era un barrio lleno de viejos, de jubilados. Así que no tenía ni idea qué era un barrio con pibes. Pronto me iba a enterar de qué se trataba eso.
Al principio ni me junaban y estaba todo calmo. Después sí, empezaron a notar que había un pibe (y una piba) en "lo del evangelista".
Ahí empezó el baile, y yo sin saber bailar.
Primero, uno de los pibes se quiso levantar a mi hermana. En ese entonces, yo no tenía mi faceta "vigilante" desarrollada, pero estaba mi viejo. Un día, lo escuché discutir a los gritos con un pibe, un "Federico Lopez"; que intentaba ver mas de cerca a mi hermana, trepándose a uno de los paraísos que teníamos en la vereda.
Como se supo en el barrio que con mi hermana no se podía joder, empezaron a chucearme a mí, a ver qué onda.
Para ese entonces, noté que había cierta agresividad contra nosotros, contra la casa. Un día que sacaba la basura, descubrí por qué. Miré el poste de luz de enfrente de la casa.
"Raquel y Ruth son re putas"
"Jacobo Espiño maricón"
"Evangelistas gatos"
Raquel, Ruth y Jacobo, yo sabía, eran los hijos del evangelista; el dueño anterior.
Todos los días, sistemáticamente, si alguno de los pibes me veía, algo me gritaban o chistaban.
- Eh, evangelista. Eh, evangelista maricón, date vuelta que te estoy llamando.
- Evangelista puto, rezate algo.
- Ahí va el evangelista botón, mirá.
Todo para ver si yo reaccionaba, si hacía algo. Y yo nada, porque no sabía qué hacer.
¡Me criaron en un barrio de jubilados, qué carajo iba a saber qué hacer!.
Le conté, como pude y medio rebuscado, a mi viejo. Necesitaba que alguien me dijera que podía hacer, y no conocía a nadie mejor. Mi viejo siempre tiene una respuesta para todo. No me esperaba la respuesta que me dió, de verdad. Me dejó seco cuando me dijo: - Recagalos a piñas. A cualquiera que te joda, no importa quién sea. Yo me crié en un barrio medio complicado, capaz mas que este, y sé que hasta que no te agarres con un par; no van a dejar de joder. Y siguió: - Por ahí te fajan, por ahí vos los fajás. Pero, ¿sabés qué?, así se van a dar cuenta que vos te hacés respetar, que si te joden no la van a sacar gratis.
- De este tipo de charlas con mi viejo, tuve varias. Yo sabía que él era un tipo calentón, pero después supe que de pibe era diez veces mas calentón. Se agarraba a las piñas con cualquiera y por cualquier cosa. Con el tiempo, fui mas observador y me dí cuenta de la veracidad de esto. Nudillos marcados y dedos gruesos y torcidos, de tanto pegar. Alguna marca, ya casi invisible, en la cara; de tanto cobrar. -
Al día siguiente de la charla, previendo que iba a querer salir a destripar a cualquiera, mi viejo me sentó a la hora del desayuno y me dió un par de consejos sobre cómo pelear. Todavía los recuerdo, y si hace falta los aplico.
- No le mires sólo la cara al otro. Mirale los pies, las manos, cómo se mueve, tratá de anticiparlo.
- Esquivá las patadas, pero, si podés, agarrale la pierna en plena patada, empujá para atrás, tiralo al piso y dale ahí.
- Apuntá los golpes principalmente a tres lugares: a los costados (en las costillas), a la boca del estómago y a la nariz.
- Si se cae al piso y queda ahí, no te des vuelta al toque, caminá varios pasos para atrás, pero sin sacarle los ojos de encima. No sé cómo será ahora, pero antes, si te dabas vuelta te dormían.
- No pienses que tenés miedo. Vos lo tenés, pero él también lo tiene. Si vas a pelearte y estás todo el tiempo pensando en que tenés miedo, te van a fajar siempre.
- Esto último lo aplico hasta el día de hoy, en la vida en general. -
No recuerdo muy bien cómo fué mi primera pelea en el barrio. Sí recuerdo que salí bien parado, de pura casualidad. En las películas y la vida, se habla muchas veces de la "suerte de principiante"; creo que tuve un poco de eso.
Por un tiempo, nadie me jodió. Hasta jugué un par de veces a la pelota con ellos en la parroquia del barrio, y otra vuelta un par me invitaron a jugar al paddle.
Pasó un año, no me daban mucha cabida, ni yo a ellos. - Mejor así, pensaba.
Un día vino a buscarme uno.
- Federico Lopez, me dijo mi vieja. Para mí, él era "El Fede", el capo, el líder de los pibes del barrio. Era muy vivo, sabía pelear y no se achicaba con nada. Salgo a la puerta pensando en qué puede querer "El Fede" conmigo.
Empezamos a hablar, puras boludeces. "El Fede" siempre me hablaba de minas. Tenía 17 años en ese entonces, y yo unos escasos 12.
- Che, te quiero preguntar algo, me dice de repente.
- Dale, ¿qué pasa?, contesto confiado.
- Vos sos evangelista posta, ¿no?.
Era eso, había venido a bolacearme. Pensó que, como yo era mas pendejo, no iba a captar la sorna, la ironía. Pero sí la capté. Él captó una trompada a la mejilla.
Se sorprendió. No pensó que un pibito le iba a hacer frente y de esa manera. Justo a él, que no le hacía frente nadie.
Pero yo me había jurado que no me iba a joder nadie mas del barrio, sea quién sea.
Fué una pelea "homérica", casi un vale-todo. Hubo codazos, rodillazos, de todo.
Me había dado una piña bien ubicada en la boca, que me sangraba copiosamente. No me dí cuenta hasta mucho después. Demasiada era la bronca contenida.
Estaba furioso, lo quería ver tirado en el piso sin moverse, no pensaba en otra cosa.
Él se comió varios golpes seguidos en la nariz, que también le sangraba bastante.
No escuchaba nada, sólo mi respiración, la de él y el ruido de los golpes que chocaban en ambos cuerpos. De repente, sí empecé a escuchar algo más, un ruido muy bajo, casi inaudible; que fué subiendo en intensidad. Era mi perro, que nos ladraba del otro lado de la reja.
Tanto ladrido hizo que mi viejo saliera a mirar. Y nos vió.
Salió rápidamente a separarnos, cosa que le costó bastante.
- Rajá pendejo, le gritó a "El Fede".
"El Fede" estaba quieto, inmóvil, como no entendiendo qué había pasado.
Reaccionó, pero en vez de irse, extendió el brazo y con la mano abierta, me dijo: - Vos te la bancás pibe, no podés ser evangelista.
Mucho me costó disimular la satisfacción.
Pasaron ya doce años de esto y, si bien tuve otras peleas, nadie del barrio me vino a buscar otra vez.
Aprendí, entre otras cosas, que entre los pibes del barrio se llamaban por apodos; y que... Bueno... El mío era "El Evangelista".
Ya no peleo mas en el barrio, rara vez peleo en algún otro lado. Los pibes del barrio ahora me saludan al pasar, alguno hasta me pregunta cómo está la familia y a veces algún atrevido pregunta por mi hermana. Pero ya no apreto los puños y tenso los músculos. Ahora retruco. - ¿Y tu hermana cómo está?, y me río. La risa es recíproca y todo sigue en orden.
Hasta un día vino uno corriendo, una noche que volvía de la facultad, a decirme: - Ojo Evangelista, andá pillo, mirá que hay unos pibes de "Los Manzanos" (un barrio no muy lejano del mío), laburando acá esta noche. Laburando, afanando, claro. Mas me sorprendió el remate: - Si te caen acá, andá a lo del Tito y los salimos a buscar todos.
Secuencias como esas, tuve un par mas, de una parte hasta acá.
Debo decir que, ahora, ser "El Evangelista" no me cae tan mal.
13 de septiembre de 2013
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